Las bostonianas. Salto de acepción

Cuando uno busca la palabra «ideal» en el diccionario se encuentra con varias acepciones. El diccionario dice que ideal significa «que se acopla perfectamente a una forma o arquetipo.» Pero también dice que ideal es algo que «no existe sino en el pensamiento.» O sea que, ese algo que yo creo ideal, lo es porque se acopla perfectamente a mi escala de valores, a mi forma, pero que puede que sólo esté en mi pensamiento, que no exista fuera de él, fuera de mí; que la ciudad ideal, la casa ideal o la mujer ideal sea algo inalcanzable, utópico, que no exista, y claro, debe ser jodido y frustrante cuando quiero buscar fuera de mí lo que sólo existe en mí.

En la magnífica novela Las bostonianas de Henry James Basil Ransom dice estar enamorado de Verena. Estamos al final del siglo XIX y Verena es una bellísima joven bostoniana con unas dotes excepcionales para la oratoria que utiliza en su lucha a favor de las mujeres. Eran los albores del feminismo y de la lucha por sus derechos. Basil es un chicarrón del sur que todos esos derechos le suenan a chino mandarín; es más, está en contra de esas reivindicaciones. La mujer en casa y de mi brazo, se dice. Sin embargo el deseo que este joven siente por la bella Verena no se reduce ni se achanta. El narrador dice refiriéndose a Basil: «Había visto que era una muchacha honesta y sencilla. Corría por sus venas una sangre extraña, mala, de conferenciante, y tenía una idea falsamente cómica sobre la capacidad de las jóvenes para dirigir movimientos» y otras lindezas por el estilo. Pero sigue: «Era una víctima ingenua y conmovedora, ignorante de las fuerzas perniciosas que la arrastraban a la ruina» Y termina: «Había que rescatarla.» ¿Cómo puede uno enamorarse tan perdidamente de alguien que está en las antípodas de su forma de pensar y de sentir? ¿Cómo podía Basil estar enamorado de Verena? ¿Por qué? ¿Por su belleza? ¿Por entender que sus ideas eran un mero reflejo de circunstancias desafortunadas y bajo su influjo y su pasión amatoria la haría cambiar, la haría «volver al redil»? Basil quería utilizar la supuesta honestidad e integridad de Verena para sus propios beneficios. Es verdad que podía estar enamorado de esa mujer honesta e integra, luchadora y valiente (él la cree valiente por montarse en escenarios a clamar por el derecho de las mujeres) cualquiera lo estaría, pero esos atributos, que son ciertamente poderosos en un ser humano, no dejan de ser, a ojos de Basil, herramientas que utilizar para moldearla según su ideal de mujer. Buscaba fuera de él lo que sólo existía en él. El amigo James, si se quiere, caracterizaba a Basil como a ese hombre en vías de extinción, que se resistía a los cambios que se estaban produciendo, intentando cambiar el medio a su beneficio.

A veces pasa que uno recuerda los sueños del pasado y se da cuenta de que, si bien eran totalmente lícitos, distaban mucho de que pudieran cumplirse. ¡Tantas arrugas tiene la realidad! Pensábamos en nuestra vida ideal, en nuestro hogar ideal, en algo que se acoplara perfectamente a nuestra forma o arquetipo. Pero patinábamos, se nos iba la mano, nos pasábamos algunos pueblos caracterizando a nuestra pareja ideal y por arte de magia saltábamos de acepción y aquel ser empezaba a estar más dentro de nosotros que fuera, empezaba a existir sólo en nuestro pensamiento. Basil vive en una época de cambios, la mujer ideal que otros encontraran fácilmente, ahora cuesta más trabajo localizarla, y el joven protagonista de Las Bostonianas tira por la calle de en medio y obliga a volver al redil a una joven bella y moderna que intenta escaparse de ese ideal que vive en la mente de los hombres y cuyas fuerzas son pocas porque aún no hay cultura ni arraigo, entablándose una singular batalla entre hombre y mujer que aun sigue hoy en día.

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