Con las novelas a la tumba

Lo peor de una buena novela es que siempre se acaba, siempre llega la última palabra,  a no ser que cuando vayas llegando al final saques el marcapáginas de entre los sillones del sofá, lo metas en el antepenúltimo capítulo y coloques el libro en la estantería para los restos. De esa forma siempre podrías decir que te estás leyendo La Montaña Mágica, o Lord Jim, o incluso Los papeles de Aspern. ¡Vaya gozada! Lecturas que te llevarían toda la vida, siendo así. Siempre tendrías la opción de que cuando presintieras el perneo te dedicaras a leer todos los restos de novelas que tienes en tu biblioteca. O no, quién sabe; que te fueras al otro barrio con mil historias inacabadas.  “¡Que les vayan dando por culo a Hans Castorp, a Jeam Valjean y al rubio marinerito Jim. Me los llevo conmigo a la tumba!” “Je je je –te reirías en tu lecho de muerte, en la habitación blanca de un frío y desinfectado hospital, ante el asombro de tu seres queridos que habían sido avisados para presenciar la agonía tenebrosa de tu muerte y van encontrándose con un tipo que se muere pero de risa- je je je, os llevo conmigooooo ahhhhhh” Y tus hijos mirándose sobrecogidos por la escena: “Pero papa, qué coño…” y tú con el alborozo de que por toda la eternidad estarás tumbado en tu amaquita del sanatorio con la mantita por las piernas viendo a hermosas y pálidas señoritas; o deambulando por el París revolucionario con toda la mierda pegada al culo, según te dé; o quizá tirándote a la bartola en la recóndita Patusan, quién sabe el capricho.  ¡Ah qué gozada sería ir dejando libros a medias! Aunque no he oído de nadie que lo haya llevado a la práctica. En estos casos pasa como con las pipas, empezado un paquete, terminado.

Eso es lo que he pensado al terminar Retrato de una dama. Despegarme así tan de repente de la Archer es poco menos que una putada. Hubiera estado escudriñándola toda la vida y ya no podré, porque no hay más, se ha acabado, y el cabrón que inventó este maravilloso maniquí se ha muerto el hijo de. En la próxima novela me voy a plantear lo de dejarla en el último capítulo, dejar algunas pipas en el paquete, no sé, quizá así sienta siempre que está a mi lado, con sus puñeteras cavilaciones, dando sus fiestuquis de los jueves a las que yo siempre estaría invitado. ¡Oh que maravilloso sería y qué acompañado me sentiría! Al acabar las buenas novelas uno se siente mortalmente fastidiado. Aunque alguien puede decirme que el quiosco de la esquina está lleno de bolsas de pipas. ¡¡¡Jodido consuelo!!! Como decía Silvio el Rodríguez: “Mi unicornio azul se me ha perdido, y aunque hubiera otro, yo sólo quiero aquél

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