Sombra trágica

images (2)La tragedia. Lo trágico. Destino. Sufrimiento. Cólera. Lamento. Dolor. Venganza. Muerte. Al fin y al cabo un mundo sencillo. Una mirada moderna a aquella trágica fantasía griega desazona. Marcel, al final de En busca del tiempo perdido dice que le da miedo no conservar la fuerza suficiente para mantenerse mucho tiempo unido a aquel pasado (el suyo) que descendía ya tan lejos. Esa desazón llega, en cambio, al comprender que en este caso (en ninguno cuando se trata del hombre) no hay miedo posible a desengancharnos de ese pasado tan lejano. Esquilo obliga a hablar a Prometeo en contra de su voluntad, y este señala que convirtió a los mortales en “señores de sus afectos”y nos privó de “andar siempre pensando en la muerte dándonos esperanzas” Todo desmiente la afirmación de Prometeo porque los mortales no son señores de nada en realidad, o al menos eso parece. Pero ¿quién podría esgrimir que no somos dueños de a quién amar u odiar y que la esperanza nos alivia el sufrimiento de la muerte?  ¿Es acaso todo un engaño, una mentira, una máscara? Una de las cosas que más me perturba de esta fantasía trágica griega no es que sigamos siendo básicamente los mismos, sino que después de miles de años no hayamos conseguido variar esas pautas en nuestro beneficio. Las hemos escondido, images (1)eso sí, les hemos dado un barniz de modernidad, las hemos embridado, pero no hemos podido cambiar nuestra condición al igual que no hemos podido hacer que nos crezca un tercer brazo en nuestro provecho. Un mensajero en Medea considera a la condición humana una sombra. Edipo cree que vivimos una vida igual a nada. Odiseo en Ayax dice que no somos más que fantasmas y sombras vanas. ¿Hemos dejado de ser algo de esto después de dos mil quinientos años? Aquella literatura empezó a hacernos comprender lo que somos pero ¿hemos sacado algún provecho de ello? ¿Nos ha servido para transformarnos? ¿Hasta dónde el conocimiento de uno mismo sirve para, a nuestro antojo, cambiarnos, mejorarnos? ¿A que se refieren estos personajes con lo de “sombra”. El mensajero de Medea es de un categórico que asusta: no hay felicidad posible, acaso cierta fortuna. La fantasía trágica griega no lo es tanto por su derroche de sangre y vísceras y pasiones descontroladas sino por una visión realmente terrible de la propia condición humana que no puede ni podrá alcanzar nunca un mínimo de sosiego vital y existencial. Quizá, estos personajes lleven razón, es muy probable.  Admitiéndolo, no imagescabe más que admitir también que todo lo demás, lo que vino después, lo que sucedió y sucede es la fórmula que hemos encontrado para dar la espalda a esa insoportable verdad. Como dijo San Manuel Bueno: «hay que vivir. Hay que vivir». Sin embargo, y para no ser demasiado trágicos, sí hay algo de lo que el ser humano puede sentirse orgulloso y complacido, quizá regocijado en su existencia: el arte. Homero, Esquilo, Sófocles o Eurípides cogieron todas esas cosas terribles, toda esa cólera, toda esa podredumbre y la convirtieron en algo bello. Ellos, como sus coetáneos en otras artes, tuvieron la sensibilidad, la necesidad de articular, de construir algo hermoso y sólido que también ya forma parte de lo que somos.

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